Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se
encontraron por casualidad con un pez más viejo que nadaba en dirección
contraria; el pez más viejo los saludó con la cabeza y les dijo: “Buenos días,
chicos. ¿Cómo está el agua?” Los dos peces jóvenes siguieron nadando un trecho;
por fin uno de ellos miró al otro y le dijo; “¿Qué demonios es el agua?” David Foster Wallace
Se podría
decir de él que es el responsable de que APENAS
SIN PALABRAS de Antonio Gómez, sea no solo arte en contenido sino también
en forma. Un libro elegante, bien dispuesto en su interior, atravesado por un
ritmo que lo convierte en una suerte de exposición. Al abrirlo nos recibe ese
olor a tinta y un tacto en el papel que hace las delicias de cualquier
bibliófilo. No todos tienen la capacidad de convertir un libro en un espacio
para el arte. En la sala de ese museo privado que solo visita el `lector´
cuando lo abre. El diseño de Manuel Ponce nos permite quedarnos a solas con la
obra de Antonio Gómez. Nos devuelve la calma a través de sus gruesas páginas
invitándonos a detenernos frente a todas sus poesías visuales. Y es que la
clave de un buen diseño está en permitir al espectador acercarse a la obra de
tal manera que el acercamiento en sí mismo propicie la comprensión de la misma.
Pero no, no
reside aquí su valía, ni es este su gran logro. Su verdadero mérito es el valor
que se desprende de todo cuanto ha organizado su vida. Una breve pero dilatada
carrera vital, que le ha permitido ser consciente de que amar es fácil cuando
se es correspondido. No siendo tan fácil la empresa de luchar por lo que uno
verdaderamente ama sin encontrar el reconocimiento por parte de los demás. No
deberían quedar dudas con los tiempos avenidos, estos son nuestros héroes.
Aquellos que no renuncian a sí mismos, ni ante la indiferencia de lo que los
rodea.
Como Homero,
fue expulsado de la República y con
él los dioses de lo bueno y lo malo. Ahora son sus maestros (el colectivo Un
mundo feliz y María José Hernández) los que insuflando valor en el pecho de este
joven intrépido, se ven recompensados por haber confiado en lo humano de la
persona que solo necesitaba una oportunidad. Guerrero por haber librado la peor
de las batallas: la espiritual. Ha coronado su paz tras la lucha consigo mismo
en tanto que se vio rodeado por un sistema de equivalencias en el que todo terminaba
pasando por el estrecho cuello de una cifra. Aquellos que se enfrentan a sus
miedos, complejos y a esas estúpidas saetas cargadas con el peor de los
venenos, acaban por obtener su recompensa. Me refiero al manual de imprudencia
con el que se ensarta a los jóvenes de hoy. Esa colección de aforismos como: `¿esto
para qué sirve?´, `no eres más que un loco obsesionado por cosas de otro mundo´,
`deberías ser más práctico´, `piensa en tu futuro´. Haikus que hoy ilustran la
ceguera del que solo ve con los ojos. Del que ha sustituido la sensibilidad de
sus manos por la de una bascula, en la que todo lo que cae se convierte en algo
absolutamente equivalente.
Son estos
niños creativos, estos héroes en silencio, los cimientos de una República humana. Aquellos que
intrépidos han apostado por escuchar la voz interior. Por hacer de sus vidas un
continuo disfrutar en el hacer lo que realmente amaban, de su sí mismo una
profesión para vivir al margen de la condenación que significa un trabajo tedioso.
Es por esto
que queremos acercarnos a Manuel Ponce Contreras. De intuitivos inicios, fue el
grafiti el que despertó en él la curiosidad por la tipografía. Amante del
dibujo experimental, optó por renunciar al medio en busca de un mensaje
directo, sencillo y atemporal. La precocidad que le ha llevado a grandes logros
profesionales con tan solo 27 años se ha visto motivada por una serie de
valores que lo han acompañado siempre. Ser fiel a sí mismo y una coherencia
para con determinadas líneas estéticas, han dado como resultado una elegancia
consustancial en todos sus trabajos.
Tengámoslo
muy presente, Manuel es un niño perdido, o lo que es lo mismo, el escaso fruto
de lo que un sistema a veces caótico y despistado nos ofrece. Ama aquello que
hace, lo que lo sitúa ante el diseño no como profesión, sino como disciplina.
Esta sutil diferencia es una de las claves para poder trabajar con un gusto que
le permite dar el máximo de sus capacidades en todo cuanto dedica su tiempo. Y
es que cuando uno se entrega a aquello que le hace sentir plenamente realizado,
las horas del día se estrechan convirtiendo una jornada laboral de 12 horas en
un dulce paseo.
Efectivamente,
mis queridos lectores, los niños perdidos tienen este gran valor. Han convivido
tanto tiempo con el dolor y el sufrimiento que han conseguido integrarlos en su
felicidad. Para ellos el agotamiento físico no es una disculpa para quejarse,
sino la sensación de estar vivos, incluso sentados frente a la pantalla de un
ordenador la mayor parte del día.
Por eso son perdidos estos niños, porque lo que
realmente emociona no se percibe en un primer momento con los ojos. Estos infantes
de trinchera, en una época convulsa, han colocado el corazón en un faro que no
pierden de vista al decidir que hacer con sus vidas.
Y es que Manuel
Ponce tiene un puñado de cosas muy claras, una de ellas es que sin idea no hay
diseño. O dicho de otro modo, toda realidad es
susceptible de ser diseñada y a toda realidad la vertebra una o varias ideas
que en su mutismo, podrían encontrar en el diseño una forma de ser expresadas.
Para
ello, uno de los ingredientes fundamentales de este niño creativo es el ritmo
en un sentido musical. Buscar el original en los silencios que vemos con cada
espacio en blanco. Silencios que en su perfección son la meta de algunos
creadores, que con un sexto sentido tienen la capacidad de ver lo que no está. Como
Chillida y la escultura, Louis Kahn y la arquitectura o Heidegger y el
pensamiento. Para Manuel Ponce el diseño es abrir espacio en un continuo
cuestionarse la propia disciplina. Algo que le permite, renunciando a la pauta
establecida, alcanzar el mensaje mediante esta apertura. Espacios abiertos que
acaban encajando con el arte y dando lugar a su imagen gráfica. O dicho de otro
modo, en este caso el resultado es una imagen inconsciente, primigenia, emocional,
etc. Cuestionada y cuestionable por no tener la importancia de ninguna
intencionalidad preestablecida. Concediendo el protagonismo en todo momento a
la BÚSQUEDA de esa imagen imposible que ciertamente ya no tendría sentido.
Podríamos
incluso decir que se aproxima a un meta-lenguaje capaz de proyectar
determinadas sensaciones a través de la sencillez que nos ofrece el
minimalismo. Meta-imágenes en definitiva para emocionar e imperceptibles en un
primer momento a los ojos. Esto es lo que realmente sitúa a nuestro diseñador
como un arquitecto, un escultor, un filósofo, una persona capaz de alzar la
mirada con cada trazo.
Pero
¡¡ssshh!! no levantéis la voz, porque
lo más interesante es que él aún no lo sabe y ese es su verdadero secreto.
Cecilio J. Trigo
Publicado en Copelacapital
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