Crítica Cultural

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jueves, 6 de noviembre de 2014

LOS NIÑOS PERDIDOS: GRÁFICAS EN EL SILENCIO

Había una vez dos peces jóvenes que iban nadando y se encontraron por casualidad con un pez más viejo que nadaba en dirección contraria; el pez más viejo los saludó con la cabeza y les dijo: “Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?” Los dos peces jóvenes siguieron nadando un trecho; por fin uno de ellos miró al otro y le dijo; “¿Qué demonios es el agua?”    David Foster Wallace


Se podría decir de él que es el responsable de que APENAS SIN PALABRAS de Antonio Gómez, sea no solo arte en contenido sino también en forma. Un libro elegante, bien dispuesto en su interior, atravesado por un ritmo que lo convierte en una suerte de exposición. Al abrirlo nos recibe ese olor a tinta y un tacto en el papel que hace las delicias de cualquier bibliófilo. No todos tienen la capacidad de convertir un libro en un espacio para el arte. En la sala de ese museo privado que solo visita el `lector´ cuando lo abre. El diseño de Manuel Ponce nos permite quedarnos a solas con la obra de Antonio Gómez. Nos devuelve la calma a través de sus gruesas páginas invitándonos a detenernos frente a todas sus poesías visuales. Y es que la clave de un buen diseño está en permitir al espectador acercarse a la obra de tal manera que el acercamiento en sí mismo propicie la comprensión de la misma.

Pero no, no reside aquí su valía, ni es este su gran logro. Su verdadero mérito es el valor que se desprende de todo cuanto ha organizado su vida. Una breve pero dilatada carrera vital, que le ha permitido ser consciente de que amar es fácil cuando se es correspondido. No siendo tan fácil la empresa de luchar por lo que uno verdaderamente ama sin encontrar el reconocimiento por parte de los demás. No deberían quedar dudas con los tiempos avenidos, estos son nuestros héroes. Aquellos que no renuncian a sí mismos, ni ante la indiferencia de lo que los rodea.

Como Homero, fue expulsado de la República y con él los dioses de lo bueno y lo malo. Ahora son sus maestros (el colectivo Un mundo feliz y María José Hernández) los que insuflando valor en el pecho de este joven intrépido, se ven recompensados por haber confiado en lo humano de la persona que solo necesitaba una oportunidad. Guerrero por haber librado la peor de las batallas: la espiritual. Ha coronado su paz tras la lucha consigo mismo en tanto que se vio rodeado por un sistema de equivalencias en el que todo terminaba pasando por el estrecho cuello de una cifra. Aquellos que se enfrentan a sus miedos, complejos y a esas estúpidas saetas cargadas con el peor de los venenos, acaban por obtener su recompensa. Me refiero al manual de imprudencia con el que se ensarta a los jóvenes de hoy. Esa colección de aforismos como: `¿esto para qué sirve?´, `no eres más que un loco obsesionado por cosas de otro mundo´, `deberías ser más práctico´, `piensa en tu futuro´. Haikus que hoy ilustran la ceguera del que solo ve con los ojos. Del que ha sustituido la sensibilidad de sus manos por la de una bascula, en la que todo lo que cae se convierte en algo absolutamente equivalente.

Son estos niños creativos, estos héroes en silencio, los cimientos de una República humana. Aquellos que intrépidos han apostado por escuchar la voz interior. Por hacer de sus vidas un continuo disfrutar en el hacer lo que realmente amaban, de su sí mismo una profesión para vivir al margen de la condenación que significa un trabajo tedioso.

Es por esto que queremos acercarnos a Manuel Ponce Contreras. De intuitivos inicios, fue el grafiti el que despertó en él la curiosidad por la tipografía. Amante del dibujo experimental, optó por renunciar al medio en busca de un mensaje directo, sencillo y atemporal. La precocidad que le ha llevado a grandes logros profesionales con tan solo 27 años se ha visto motivada por una serie de valores que lo han acompañado siempre. Ser fiel a sí mismo y una coherencia para con determinadas líneas estéticas, han dado como resultado una elegancia consustancial en todos sus trabajos.

Tengámoslo muy presente, Manuel es un niño perdido, o lo que es lo mismo, el escaso fruto de lo que un sistema a veces caótico y despistado nos ofrece. Ama aquello que hace, lo que lo sitúa ante el diseño no como profesión, sino como disciplina. Esta sutil diferencia es una de las claves para poder trabajar con un gusto que le permite dar el máximo de sus capacidades en todo cuanto dedica su tiempo. Y es que cuando uno se entrega a aquello que le hace sentir plenamente realizado, las horas del día se estrechan convirtiendo una jornada laboral de 12 horas en un dulce paseo.

Efectivamente, mis queridos lectores, los niños perdidos tienen este gran valor. Han convivido tanto tiempo con el dolor y el sufrimiento que han conseguido integrarlos en su felicidad. Para ellos el agotamiento físico no es una disculpa para quejarse, sino la sensación de estar vivos, incluso sentados frente a la pantalla de un ordenador la mayor parte del día.

Por eso son perdidos estos niños, porque lo que realmente emociona no se percibe en un primer momento con los ojos. Estos infantes de trinchera, en una época convulsa, han colocado el corazón en un faro que no pierden de vista al decidir que hacer con sus vidas.

Y es que Manuel Ponce tiene un puñado de cosas muy claras, una de ellas es que sin idea no hay diseño. O dicho de otro modo, toda realidad es susceptible de ser diseñada y a toda realidad la vertebra una o varias ideas que en su mutismo, podrían encontrar en el diseño una forma de ser expresadas.

Para ello, uno de los ingredientes fundamentales de este niño creativo es el ritmo en un sentido musical. Buscar el original en los silencios que vemos con cada espacio en blanco. Silencios que en su perfección son la meta de algunos creadores, que con un sexto sentido tienen la capacidad de ver lo que no está. Como Chillida y la escultura, Louis Kahn y la arquitectura o Heidegger y el pensamiento. Para Manuel Ponce el diseño es abrir espacio en un continuo cuestionarse la propia disciplina. Algo que le permite, renunciando a la pauta establecida, alcanzar el mensaje mediante esta apertura. Espacios abiertos que acaban encajando con el arte y dando lugar a su imagen gráfica. O dicho de otro modo, en este caso el resultado es una imagen inconsciente, primigenia, emocional, etc. Cuestionada y cuestionable por no tener la importancia de ninguna intencionalidad preestablecida. Concediendo el protagonismo en todo momento a la BÚSQUEDA de esa imagen imposible que ciertamente ya no tendría sentido.

Podríamos incluso decir que se aproxima a un meta-lenguaje capaz de proyectar determinadas sensaciones a través de la sencillez que nos ofrece el minimalismo. Meta-imágenes en definitiva para emocionar e imperceptibles en un primer momento a los ojos. Esto es lo que realmente sitúa a nuestro diseñador como un arquitecto, un escultor, un filósofo, una persona capaz de alzar la mirada con cada trazo.

Pero ¡¡ssshh!! no levantéis la voz, porque lo más interesante es que él aún no lo sabe y ese es su verdadero secreto.



Cecilio J. Trigo


Publicado en Copelacapital

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