Crítica Cultural

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martes, 2 de septiembre de 2014

Explotación estética



Qué gusto da contar con una comunidad democrática tan activa y participativa como la que se da en Almendralejo. Como si de cantones suizos se tratase, nuestras barriadas han presentado sus propuestas para seleccionar a la candidata al título de “Reina de las fiestas de Nuestra Señora de la Piedad”. Una pena que este bonito gesto de asociacionismo ciudadano llevado a cabo por los vecinos de nuestra localidad, tenga fines tan capitales como la elección de una representante femenina y no se dé el mismo cooperativismo para gestionar esa sociedad civil tan necesaria en estos tiempos de corrupción política.

Es curioso el parecido que tiene este certamen al que se organizaba a nivel nacional para escoger a la famosa “Miss España”. Un mal ejemplo si tenemos en cuenta que este estuvo rodeado de escándalos, chantaje y extorsión, por cierto. Pero podría ser un malentendido y que el objetivo del concurso no fuese seleccionar a la joven más bella de Almendralejo, que es lo que parece en definitiva. Podría no ser así, sirviendo las bases del concurso para seleccionar a la chica más preparada para la sociedad en la que vivimos. Entonces, no tendríamos por qué preocuparnos de estar convirtiendo en un valor lo que es simplemente una categoría estética. Pero ojo, porque la exhibición de su imagen, la de esta mujer preparada, acabaría convirtiéndola en un referente para las demás jóvenes. Un referente hiperreal que en al estar expuesto perdería su verdadera valía, su sí mismo, siendo este sustituido por el valor de exposición, o lo que es lo mismo, su valor residiría en la cantidad de exposición a la que se viese sometida. Exactamente igual que un anuncio publicitario.

Cuando se deposita una carga valorativa sobre algo que como perteneciente a la estética, debiera recaer sobre el criterio del  juicio gustativo, se pueden cometer errores de asociación, es decir, asemejar dicha categoría a los valores tradicionales que desde tiempos de los griegos han acompañado al devenir de nuestras sociedades occidentales, como son el bien o la justicia. De este modo, algo justo o bueno podría ser considerado también bello, cosa que no tendría por qué tener repercusiones nocivas si no se diese el camino inverso, o lo que es lo mismo, que algo bello fuese considerado a su vez como algo bueno o justo. Y esto sí que no debiera ser del todo así. Porque entonces buenos y justos serían todos aquellos bellísimos concursantes que pasan por el repugnante concurso de Telecinco: “Mujeres y hombres y viceversa”, de muy mal gusto por otro lado.

Pero otorgarle este poder a la belleza es algo que tiene consecuencias, y debiéramos primero saber hasta donde podrían llegar para consumirla con responsabilidad. Este traspaso de poderes en el que se ha visto envuelta la vieja categoría, es una de las consecuencias que ha tenido el abandono de la misma por parte de la historia del arte y la consiguiente adopción por parte de las agencias publicitarias con el objetivo de devolverle su estatus clásico. Un estatus muy pernicioso, si tenemos en cuenta cuales son los estereotipos de belleza que sufren las mujeres de hoy en día. Una figura delgada y esbelta de rostro simétrico y movimientos delicados, sexualmente atractiva que parece no tener más que pies con bellos zapatos de tacón, piernas infinitamente largas y preciosas y delicadas manos; son agradables o especialmente agraciadas, preferentemente jóvenes y sus ropas parecen estar siempre a la última. Esta sería la imagen que correspondería a esto que pudieran estar persiguiendo con la ansiada representación femenina. Pero el problema es que también coincide, como ya anunciábamos antes, con el arquetipo femenino que utilizan muchas de las agencias publicitarias para anunciar a sus clientes. Y pensar a estas alturas que con esto lo que se consigue es una representación de la mujer, me parecería como mínimo bastante ingenuo. No, con esto a donde realmente llevamos a la mujer es a la simulación, es decir, a la sustitución de la propia mujer por su imagen, esa bella representación de sí misma que ahora le hacemos soportar mientras la enfocamos con una luz tan potente que la vuelve transparente. Una trasparencia que no consistiría más que en hacer hipervisible su imagen hasta el punto que ella misma, con sus gustos y preferencias, su personalidad, sus cambios de humor y todo lo que constituye su identidad, bueno y malo, quedase apartado de su persona. Resultando una nueva mujer en la que todo aquello que no la hiciese parecer un maniquí quedaría excluido de su imagen.



Esta simulación que en la mayoría de representaciones sufre la mujer, bebe también de este antiguo constructo social que es el género, que sólo se utiliza de manera precisa cuando va acompañado de la palabra violencia. Que no violencia de género, sino género violento, es decir, el hecho de que se haya marcado una pauta social o un corsé estético más concretamente, y se aplique a la mujer de una forma tan radical, debiera considerarse violencia. Hay sexo femenino y masculino, pero no género. El género es sólo un capricho social. Elementos como el color rosa, la “Barbie” o la cosmética, engloban una realidad asfixiante que, empaquetada por imágenes de modelos a través de lo mediático, ofrecen todo tipo de placeres y experiencias orgásmicas a cambio de consumir. Este es el resultado final, mujeres que necesitan sentirse guapas porque esto es lo que todos demandamos: belleza física. Pareciera que es lo único que nos mueve, la atracción sexual por una mujer hermosa.

Este tratamiento que, entre todos le damos a lo que en un primer momento solo era una categoría estética, es el que me hace pensar que las jóvenes participantes en este tipo de certámenes, sus familiares y los organizadores, debieran pensar sobre las consecuencias de buscar representación para el sexo femenino. Siendo esta -su representación- para la exposición y exhibición de la misma, la verdadera protagonista de eventos en los que aparecerá su figura, sí, pero no ella misma.




Cecilio J. Trigo.




Publicado en copelacapital

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