Teoría de la
evolución.
Tiene suerte mi mano.
Cinco millones de años
de evolución
para llegar a un hueco
perfecto para una manzana.
No necesito más:
Saber que tú respiras,
que el mundo cabe entre estos
cinco dedos,
que, entero y tembloroso,
yo quepo todavía entre los
tuyos.
Javier
Rodríguez Marcos.
El pasado 7 de junio se celebró en
Almendralejo la “IX Ruta Literaria del Romanticismo”. Quizá haya sido por la
ambigüedad del término o por mi vocación de rumiante a dos tiempos, por lo que
no he tomado conciencia antes de lo ridículo del tema.
Si bien es cierto que José de Espronceda
nació en nuestra localidad, no es menos cierto que lo fue por una mera
casualidad. En un desplazamiento hacia Badajoz, Almendralejo fue el lugar en el
que se asistió a su madre –Mª del Carmen Delgado- para que diera a luz al futuro poeta. Este
hecho fortuito no convierte a nuestra localidad en la cuna de la literatura
romántica española, ni en la madre tierra de una de las mejores figuras del Romanticismo
de nuestro país. Sería ignorante pensar que esta tierra hubiera aportado algo
al genio poético de Espronceda. Aquí no hay agrestes colinas, ni asoma por
ninguna parte la hostilidad y la bravura del mar. El llano de Tierra de Barros
está bañado casi seis meses al año por un aire solano que hubiera tostado las
mejillas a Don José, arrastrándolo a labrar la tierra en algún caso, pero desde
luego no a la poesía. No son poetas los que pueblan esta tierra, son más bien
los personajes de la poesía, que no es lo mismo.
Pero si algo nos dice aquel hecho que ocurrió
en el palacio del Marqués de Monsalud, es de la conocida hospitalidad de
nuestros vecinos. El almendralejense es acogedor, si no de qué iba a haber
crecido tanto esta ciudad en los últimos años. Puedes llegar de los mismísimos
confines del mundo y sentir el calor en la acogida de sus gentes. Es algo
propio de un pueblo sin excesivos complejos y que se ha hecho a sí mismo.
Pero, ¿Romanticismo aquí? Sigo sin
entenderlo, mire hacia donde mire, no veo qué podríamos haber aportado a la
magnífica obra del que llamamos nuestro poeta. Y como dice un primo gallego: la cabra es de donde pace, no de donde nace.
Cuánta razón. Espronceda viajó mucho y se empapó del espíritu romántico que
había eclosionado en la Europa de su época. Todas sus potencialidades
artísticas no hubieran sido posible si, como mi querido Immanuel Kant, no
hubiera salido nunca de su ciudad natal. Viajar enriquece y el poeta no tiene
patria, su espíritu es ser-en-el-mundo,
y en todo el mundo que le sea posible. De ahí sus incoherencias y su mal
entendido nacionalismo. Añoraba bucólico su tierra, pero porque estuvo lejos y
de ella tenía tan solo la imagen fruto de una lejanía poética y sentimental.
Pero… ¿De verdad creemos que un espíritu melancólico, atormentado, en busca de
lo inalcanzable, podría haberse desarrollado en esta tierra bañada por la luz y
el calor? Imposible, no hay lugares ni motivos para retirarse, es tierra para
compartir, para llenar los espacios públicos. Plazas, parques y avenidas son
nuestros lugares más hermosos y concurridos. Son nuestros espacios para
habitar.
Por todo esto, no he podido dejar a un lado
el sinsentido que es esta celebración de la “Ruta del Romanticismo” Que tras tomar
un poco de distancia, no parece más que una estrategia de “marketing” con el
propósito de vender algo que podría empezar a resultarnos ajeno. Y de ser así,
parecería ser llevada a cabo por un nuevo rico que desconocería totalmente el
carácter identitario de los vecinos de Almendralejo.
Pienso que necesitamos un nuevo espacio de
cultura y celebración, una fiesta cultural que realmente sintamos como nuestra,
acorde a nuestro espíritu. Vamos en la buena dirección con respecto al lugar,
no todo es desechable. El exterior tiene que ser el espacio en el que podamos
integrarnos con aquello que nos constituye. Tan solo falta un pequeño esfuerzo,
tomar conciencia de nosotros mismos, reflexionar, para en un rápido vistazo a
nuestro alrededor, darnos cuenta de qué nos abraza, qué somos.
Hay veces que conviene salir para volver a
entrar mejor. Un punto de abstracción, que nos despierte de la monotonía que
vicia nuestro mirar, puede hacernos caer en la cuenta de que la clave de una
cuestión está en lo más cercano, en lo más próximo. Pero esta proximidad hace
tan transparentes a las cosas que es posible no ser conscientes incluso siendo
lo que nos rodea.
Ya se han encargado todas las autoridades
sanitarias de repetirnos una y mil veces lo sano que es practicar deporte al
aire libre. Pero igual de sano es, y esto no lo he oído decir tantas veces, el
cerrar los ojos un instante para limpiar la mirada y poder sentir lo que nos envuelve.
¿Limpiar la mirada? Sí, apartar el prejuicio, el concepto, el dato y mirar como
si fuese la primera vez que se mira. La experiencia es un lastre del que
tenemos que ir desprendiéndonos.
Vivimos rodeados de viñas, pero pareciese que
ya no las viésemos. Estamos olvidando la sencillez de las cosas tal y como son
en su origen, y es por el ansia de perseguir carretas imposibles en nuestro
afán de convertirlo todo en producto. Tomemos aire, estoy seguro de que la vid
nos brindará una segunda oportunidad. Tan solo tenemos que recuperarla,
mimarla, volver a tratarla con el cariño que se merece. Es más sencillo de lo
que nos pensamos.
¡Sacad las cubas a la calle y acercad a los
niños! ¡Enseñadles como se hace el vino y hacedlo con vuestras propias manos! La
satisfacción que os producirá, hará de ese día una auténtica fiesta local. Tan
solo hay que afinar el oído, prestarnos a la calma. El pincel de nuestro guía
está dejando atrás a la técnica, y como el sabio, va desaprendiendo. Su seguir
madurando ahora, no es más que volver al origen. Volvamos pues al origen de
aquello que es nuestro. Hagamos vino con las manos antes de que la artritis tecnológica
nos lo impida.
¡Cerrad los ojos e imaginad!
Cecilio J. Trigo
Publicado en copelacapital
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