Crítica Cultural

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lunes, 1 de septiembre de 2014

El romántico no nace, se hace.


Teoría de la evolución.
Tiene suerte mi mano.
Cinco millones de años
de evolución            
para llegar a un hueco
perfecto para una manzana.
No necesito más:
Saber que tú respiras,
que el mundo cabe entre estos cinco dedos,
que, entero y tembloroso,
yo quepo todavía entre los tuyos.

Javier Rodríguez Marcos.





El pasado 7 de junio se celebró en Almendralejo la “IX Ruta Literaria del Romanticismo”. Quizá haya sido por la ambigüedad del término o por mi vocación de rumiante a dos tiempos, por lo que no he tomado conciencia antes de lo ridículo del tema.

Si bien es cierto que José de Espronceda nació en nuestra localidad, no es menos cierto que lo fue por una mera casualidad. En un desplazamiento hacia Badajoz, Almendralejo fue el lugar en el que se asistió a su madre –Mª del Carmen Delgado-  para que diera a luz al futuro poeta. Este hecho fortuito no convierte a nuestra localidad en la cuna de la literatura romántica española, ni en la madre tierra de una de las mejores figuras del Romanticismo de nuestro país. Sería ignorante pensar que esta tierra hubiera aportado algo al genio poético de Espronceda. Aquí no hay agrestes colinas, ni asoma por ninguna parte la hostilidad y la bravura del mar. El llano de Tierra de Barros está bañado casi seis meses al año por un aire solano que hubiera tostado las mejillas a Don José, arrastrándolo a labrar la tierra en algún caso, pero desde luego no a la poesía. No son poetas los que pueblan esta tierra, son más bien los personajes de la poesía, que no es lo mismo.

Pero si algo nos dice aquel hecho que ocurrió en el palacio del Marqués de Monsalud, es de la conocida hospitalidad de nuestros vecinos. El almendralejense es acogedor, si no de qué iba a haber crecido tanto esta ciudad en los últimos años. Puedes llegar de los mismísimos confines del mundo y sentir el calor en la acogida de sus gentes. Es algo propio de un pueblo sin excesivos complejos y que se ha hecho a sí mismo.

Pero, ¿Romanticismo aquí? Sigo sin entenderlo, mire hacia donde mire, no veo qué podríamos haber aportado a la magnífica obra del que llamamos nuestro poeta. Y como dice un primo gallego: la cabra es de donde pace, no de donde nace. Cuánta razón. Espronceda viajó mucho y se empapó del espíritu romántico que había eclosionado en la Europa de su época. Todas sus potencialidades artísticas no hubieran sido posible si, como mi querido Immanuel Kant, no hubiera salido nunca de su ciudad natal. Viajar enriquece y el poeta no tiene patria, su espíritu es ser-en-el-mundo, y en todo el mundo que le sea posible. De ahí sus incoherencias y su mal entendido nacionalismo. Añoraba bucólico su tierra, pero porque estuvo lejos y de ella tenía tan solo la imagen fruto de una lejanía poética y sentimental. Pero… ¿De verdad creemos que un espíritu melancólico, atormentado, en busca de lo inalcanzable, podría haberse desarrollado en esta tierra bañada por la luz y el calor? Imposible, no hay lugares ni motivos para retirarse, es tierra para compartir, para llenar los espacios públicos. Plazas, parques y avenidas son nuestros lugares más hermosos y concurridos. Son nuestros espacios para habitar.



Por todo esto, no he podido dejar a un lado el sinsentido que es esta celebración de la “Ruta del Romanticismo” Que tras tomar un poco de distancia, no parece más que una estrategia de “marketing” con el propósito de vender algo que podría empezar a resultarnos ajeno. Y de ser así, parecería ser llevada a cabo por un nuevo rico que desconocería totalmente el carácter identitario de los vecinos de Almendralejo.

Pienso que necesitamos un nuevo espacio de cultura y celebración, una fiesta cultural que realmente sintamos como nuestra, acorde a nuestro espíritu. Vamos en la buena dirección con respecto al lugar, no todo es desechable. El exterior tiene que ser el espacio en el que podamos integrarnos con aquello que nos constituye. Tan solo falta un pequeño esfuerzo, tomar conciencia de nosotros mismos, reflexionar, para en un rápido vistazo a nuestro alrededor, darnos cuenta de qué nos abraza, qué somos.

Hay veces que conviene salir para volver a entrar mejor. Un punto de abstracción, que nos despierte de la monotonía que vicia nuestro mirar, puede hacernos caer en la cuenta de que la clave de una cuestión está en lo más cercano, en lo más próximo. Pero esta proximidad hace tan transparentes a las cosas que es posible no ser conscientes incluso siendo lo que nos rodea.

Ya se han encargado todas las autoridades sanitarias de repetirnos una y mil veces lo sano que es practicar deporte al aire libre. Pero igual de sano es, y esto no lo he oído decir tantas veces, el cerrar los ojos un instante para limpiar la mirada y poder sentir lo que nos envuelve. ¿Limpiar la mirada? Sí, apartar el prejuicio, el concepto, el dato y mirar como si fuese la primera vez que se mira. La experiencia es un lastre del que tenemos que ir desprendiéndonos.

Vivimos rodeados de viñas, pero pareciese que ya no las viésemos. Estamos olvidando la sencillez de las cosas tal y como son en su origen, y es por el ansia de perseguir carretas imposibles en nuestro afán de convertirlo todo en producto. Tomemos aire, estoy seguro de que la vid nos brindará una segunda oportunidad. Tan solo tenemos que recuperarla, mimarla, volver a tratarla con el cariño que se merece. Es más sencillo de lo que nos pensamos.

¡Sacad las cubas a la calle y acercad a los niños! ¡Enseñadles como se hace el vino y hacedlo con vuestras propias manos! La satisfacción que os producirá, hará de ese día una auténtica fiesta local. Tan solo hay que afinar el oído, prestarnos a la calma. El pincel de nuestro guía está dejando atrás a la técnica, y como el sabio, va desaprendiendo. Su seguir madurando ahora, no es más que volver al origen. Volvamos pues al origen de aquello que es nuestro. Hagamos vino con las manos antes de que la artritis tecnológica nos lo impida.

¡Cerrad los ojos e imaginad!

Mujeres pisando uva en una enorme cuba al compás de nuestro folclore, eso sí es ROMANTICISMO, y no vestirse de mamarracho un día cualquiera.

Cecilio J. Trigo




Publicado en copelacapital 

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